Hace algunos años Graciela Diez rastreó su libro preferido cuando era niña en una reedición de la colección Robin Hood: Violeta,
de George Whitfield Cook. Quería saber por qué la había atrapado tanto
esa nena genial, de trenzas y grandes anteojos, y que aparecía en la
tapa con un libro abierto sobre su regazo. Y lo volvió a leer y la
volvió a atrapar. Cuando Graciela disfrutaba de las aventuras de Violeta
no sabía aún que los libros la acompañarían siempre. Es bibliotecaria y
ahora logró su propio libro.
De factura artesanal, es
un cuidado catálogo de aquello que se encuentra y se olvida en los
libros. Señaladores de todo tipo, estampitas, los ya extinguidos boletos
de colectivos, poesías, flores secas, resultados de análisis, encargos o
pedidos, facturas o recibos cuentan historias olvidadas y ahora
encontradas.
Junto a Amanda Paccotti,
Graciela guardó todo lo que fue encontrando como bibliotecaria. Trabajó
durante diez años en la Biblioteca Argentina, luego en la que se
encuentra en la Dirección de Asesoramiento Técnico de la provincia y,
desde algunos años lo hace como voluntaria, en la Biblioteca Alberdi.
Allí, junto a Paccotti, ideó el libro que no tiene final y sigue
escribiéndose ante cada hallazgo.
Las joyas
"Nunca nadie imagina
levantarse una mañana y encontrar un tesoro, nunca sabremos si la suerte
estará a la vuelta de la esquina pero con este libro tuvimos suerte y
encontramos tesoros. Tesoros conocidos y reconocibles, viajes en
ómnibus, idas al médico, poesías dichas o calladas, recortes de diario,
estampitas, oraciones, facturas pagas, folletos, propagandas,
almanaques, marcadores, proyectos, escritos, programas de estudios,
felicitaciones", detalla Graciela en la introducción de su libro objeto,
como ella prefiere nombrarlo.
"Es un libro para ver y
para reconocer historias —explica—. Nació y seguirá creciendo con nuevos
olvidos y nuevos encuentros. No tiene final, su final abierto seguirá
contando la historia de aquellos que alguna vez tengan en sus manos los
libros de esta querida biblioteca", advierte.
Organizado por orden
alfabético —"no podía ser de otra manera, siendo bibliotecaria", bromea
Graciela— contiene joyas que motivan historias. Dentro del apartado
dedicado a escritores aparece, por ejemplo, un texto de Gustavo Bossert.
"No sabemos si lo dejó él o alguien lo escribió y lo olvidó", dice
Graciela en diálogo con Señales.
A veces los hallazgos
empujan investigaciones como por ejemplo una poesía escrita por Roberto
Nistal. En el dorso del papel utilizado se descubre que el poeta era el
propietario de la farmacia La Guardia y, según logró averiguar la
bibliotecaria, fue químico farmacéutico.
Otra joya es una factura
de la primer feria del libro que data de 1943, en la cual se deja
constancia de una compra por dos pesos, con su respectivo descuento y
derecho a sorteos.
También hay olvidos más
personales como las flores y hojas secas; notas dejadas a hijos, que ni
se enteraron; textos escritos a madres y padres. Infaltables, las
estampitas, donde San Cayetano va primero en el ránking que integran
también el Padre Ignacio y la Virgen de San Nicolás, entre otros y
otras.
En el libro también se
muestran otras expresiones de espiritualidad como folletos evangelistas e
invitaciones a reuniones de meditación o yoga. La salud es otro tema,
hay prescripciones de medicamentos, resultados de análisis, tarjetas de
profesionales, todo sirvió en algún momento para no perder el hilo de
una historia que atrapó al lector a tal punto que hizo olvidar el
marcador.
Una estampita invitando a
una primera comunión disparó que una de las lectoras del libro, que fue
presentado días atrás en la Biblioteca Alberdi, averiguara sobre
aquella niña, hoy empleada de la Municipalidad de Firmat y que el
hallazgo le produjo recuerdos y una sonrisa. O la donación de un altar
en 1942, con su respectiva estampa, hizo recordar a un lector que la
mujer autora de la iniciativa había sido la directora de su escuela
primaria.
Cuando se presentó el
libro, Diez y Paccotti hicieron un taller para trabajar junto a los
lectores. No sólo mostraron su libro sino que llenaron varios mesas con
ejemplares de diversos géneros para promover la lectura entre los
asistentes. "Surgieron cosas maravillosas —cuenta Graciela—, hace un
tiempo me regalaron el libro Upa, y lo llevé ese día.
Fue una mamá joven con una hijita que enloqueció cuando lo vio. Se lo
hicimos fotocopiar. A los pocos días la mamá me mandó un mail,
diciéndome que la nena estaba encantada con el libro, lo llevaba todos
los días a la escuela y decía que ya sabía leer y escribir. Estaba
aprendiendo y se remotivó para leer y escribir", relata Graciela aún
emocionada.
Pero hay más, "la señora
que estaba sentada al lado de esa mamá y su hija me cuenta que fue muy
fuerte para ella ver la escena porque se vio a ella misma con su mamá
cuando sentaba a sus hijos para leerles Upa. Con estas historias sentí que habíamos logrado lo que queríamos al presentar el libro con olvidos y encuentros".
También recuerda cuando
en el buzón de devoluciones aparecían libros que no eran de la
biblioteca. "Se notaba que a la gente le daba mucha pena destruirlos o
tirarlos por ahí, y los dejaban en el buzón", dice en referencia a los
libros "peligrosos". Los libros, como el suyo, sus olvidos y sus
encuentros, como la vida.
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