Por Gisele Sousa Dias
Estudian de qué manera el cerebro la detecta. Científicos del
Instituto de Neurología Cognitiva investigan las reacciones físicas y
las emociones que se disparan al mentir. También las diferencias que hay
entre una mentira piadosa y un engaño grave.
En la década del 60, un científico californiano llamado Paul Ekman se
ocupó de decodificar las combinaciones de movimientos producidos por los
43 músculos de la cara. Lo que descubrió es que hay ciertas
microexpresiones faciales –fugaces e involuntarias– que permiten
detectar cuando alguien está mintiendo. Su investigación fue tan
apasionante que ahora, 50 años después, la serie televisiva Lie to me
tiene como protagonista a su alter ego: un personaje que, mediante la
lectura de esos gestos, ayuda a desenmascarar criminales. Pero fuera de
las pantallas –el cine sigue engendrando personajes mentirosos–, la
mentira también desvela a los científicos. Y en Argentina, por primera
vez, el mundo de las neurociencias comenzó a desentrañar sus mecanismos
cerebrales.
Hemos comenzado a investigar qué mecanismos se activan con las
emociones complejas, como las que se producen cuando nos damos cuenta de
que nos mintieron”, revela Ezequiel Gleichgerrcht, investigador del
Instituto de Neurología Cognitiva (INECO).
La línea de
investigación tiene dos ramas. “Hasta ahora se sabe que cuando nos
enteramos de que nos mintieron se activa un conjunto de respuestas
cerebrales asociadas a cambios hormonales. Por ejemplo, aumenta la
liberación de testosterona, y los niveles aumentados de testosterona
están asociados a conductas agresivas. Esa es la razón por la que nos
enojamos tanto cuando descubrimos que nos engañaron”, explica.Los neurocientíficos de INECO quieren ir más lejos: buscan saber cómo interaccionan las funciones del lóbulo frontal a la hora de mentir. Por ejemplo: en el cerebro, la toma de decisiones depende del lóbulo frontal; la mentira también. Entonces ¿alguien que toma buenas decisiones es más mentiroso? Por otro lado, van a estudiar cerebros enfermos: “Hay pacientes con daño en la corteza frontal (como los que tienen cierto tipo de demencia) que pierden la capacidad de mentir o de inhibir conductas o comentarios inapropiados”, explica. Por ejemplo, una persona sana diría una mentira “piadosa” para no decir ‘qué feo estás hoy’. Estudiar esos cerebros dañados permitirá comprender cómo mentimos las personas sanas.
“También –avanza Facundo Manes, director del equipo y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro–, algunos pacientes autistas son conocidos por decir siempre la verdad. Aunque esto pueda parecer beneficioso, la inhabilidad para decir una mentira es anormal. La razón de este hecho parece estar relacionada con el déficit en su teoría de la mente.
Agustín Ibáñez, investigador del CONICET y director del laboratorio de Psicología Experimental de INECO, profundiza: “Es que los humanos usamos un tipo de mentiras llamadas ‘engaños tácticos’. Cuando engañamos a una persona primero debemos conocer sus deseos y creencias y después debemos mentir de tal forma que para el otro resulte creíble. Para eso usamos lo que se llama teoría de la mente , que es la capacidad de inferir los estados emocionales y mentales de la víctima para después manipularlos”.
De los aproximadamente 40 estudios internacionales que ahondaron en los mecanismos cerebrales que intervienen en la mentira, se sabe, por ejemplo, que nuestro cerebro puede ser un gran detector de mentiras: “Tenemos un cerebro capaz de distinguir cuando una mentira es grave (una transgresión moral) y cuando es leve (una mentira ‘piadosa’). Cuando nos enteramos de que nos mintieron con algo grave se activan las áreas cerebrales vinculadas a las emociones negativas. Una de ellas es la ínsula, que se activa cuando sentimos disgusto o asco. Por eso se cree que cuando nos engañan con algo grave tenemos esa sensación de asco”, detalla Gleichgerrcht.
Por ahora los pocos estudios internacionales apuntan los cañones a encontrar detectores de mentiras confiables. Algunos buscan medir la dilatación de las pupilas, la respuesta galvánica de la piel o el ritmo cardíaco ante la mentira. Otros trabajos –donde se unieron el mundo judicial y el de las neurociencias– están probando si la Resonancia Magnética Funcional, capaz de medir la actividad cerebral en vivo mediante preguntas inducidas, podría servir como detector de mentiras. El método, por ahora, es experimental y polémico porque las imágenes podrían mostrar estados de ánimo, como la ansiedad o el miedo, que aparecen agarrados de la mano de la mentira. Si eso pasara, en definitiva, la conclusión sería engañosa.
Tomado del diario Clarín.
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