Son puertos esenciales en la ruta del conocimiento, no torres de marfil donde la gente habla en secreto
Los libros tienen la facultad de cambiar no sólo la vida de los individuos, sino también al mundo que los rodea. James O. Freedman, el rector de la Escuela Superior de Dartmouth en Hanover, New Hampshire, dice que aun cuando basto solo un libro para dar la señal de alarma o cristalizar un momento histórico, las bibliotecas alojan a una comunidad entera de pensadores creativos, “cuyos esfuerzos ayudan a configurar el significado de la cultura y la civilización”. Freedman presentó por vez primera estas ideas en la Universidad de Delaware, en los festejos celebrados cuando la biblioteca de esa institución llegó a la marca de dos millones de volúmenes.
Por la magnitud misma de su inventario –muchas leguas de estantes y catálogos de grueso calibre- las bibliotecas intimidan sin duda a los autores en ciernes que hacen planes para escribir un libro. A la vista de tantos volúmenes, ¿quién podría ser tan presuntuoso como para creerse capaz de aportar algo al acervo mundial de los conocimientos realmente originales? ¿Tendrá alguien la suficiente confianza para pensar que será capaz de atraer la atención de un lector exigente?
Sin embargo el libro bíblico del Eclesiastés acertó sin duda al afirmar que “la tarea de hacer muchos libros no tiene fin”. Cada año, decenas de miles de hombres y mujeres emprenden la redacción de un libro; a algunos los mueve sin duda la vanidad, a otros el propio deber profesional, pero la mayoría responde al simple deseo de compartir sus ideas y su trabajo con otras personas. Lo hacen a pesar de que reconocen, como el personaje Huckleberry Finn de Mark Twain, que escribir un libro puede ser una agonía. “Si hubiera sabido el lío que es escribir un libro”, dijo Huck, “no me habría metido en esto, y no lo pienso hacer otra vez”.
Escribir un libro es una tarea en extremo ardua e implica también un riesgo muy considerable de sufrir una decepción al final de una empresa. NO imporota cuán brillante, imaginativo o encantador pueda ser un libro, nada le garantiza que vaya a recibir la respuesta merecida.
Considere por ejemplo la tristeza del rechazo que sintió seguramente Edward Gibbon, el historiador inglés del siglo XVIII, cuando le presentó al duque de Gloucester el segundo tomo de su gran obra, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (La historia de la decadencia y caída del imperio romano). El duque examinó el volumen y dijo: “¡Otro maldito libro grueso y cuadrado! Escriben y escriben y escriben sin parar. ¿Verdad, Sr. Gibbon?•
De ordinario juzgamos mal la calidad de los libros, sobre todo los de nuestros contemporáneos. Algunos de los autores que nunca recibieron el Premio Nobel de literatura son: Chéjov, Tolstoi, Twain, Proust, Ibsen, Strindberg, Conrad, Joyce, Brecht, Frost y Nabokov; estos nombres, en sí mismos, son una lista de honor del mérito literario.
Sin embargo, a pesar de nuestra tardanza para reconocer el valor literario y todas las lagunas que hay en nuestros juicios sobre literatura, no sabemos que un autor y un libro puedan provocar un cambio real. Según lo dijo Thomas Jefferson, un gran libro –original en su enfoque, significativo y agudo en la elección de su tema- puede ser como “una alarma de incendio en la noche”. El autor de un libro de ese tipo sí puede cambiar el clima y la cultura de su tiempo.
Así lo hizo Thomas Paine con Common Sense (Sentido común) en 1776, con el cual convocó a las colonias norteamericanas a la revolución. Otro tanto logró Rachel Carson con Silent Spring (Primavera silente) en 1962, cuando llamó la atención sobre la urgente necesidad de proteger el ambiente. Un año después lo consiguió Betty Friedan con The Feminine Mystique (La mística femenina), al amalgamar la incipiente energía del movimiento a favor de la mujer. Así mismo lo hizo Michael Harrington con The Other America (Los otros Estados Unidos) en 1962, pues puso de relieve ante todo el país la vergonzosa situación en que viven los pobres.
Otros escritores han influido en la cultura y el clima de nuestra época, al destilar en un libro todo un desarrollo histórico o social, plasmando éste en prosa, de modo definitivo, para las futuras generaciones de lectores.
(Tomado de la Revista "Facetas" Nº 98, del año 1992)....continuará...
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